lunes, 1 de octubre de 2012

La Edad de la (Tercera) Inocencia


Cuenta la mamibicha que el abuelito Martín decía: "Eso de cuando somos viejitos volvemos a ser como los bebés, no es cierto, porque a los bebés les besan la pancita, les besan sus piecitos, les besan hasta la colita... ¡y ya parece que a nosotros los viejos nos van a estar besando la colita!" -je-. Era un viejo adorable el abuelito Martín, caminaba por todas las calles de la ciudad con una canasta en el brazo, llena de delicias dulces: charamuscas, obleas de colores, ates, palanquetas, natillas, muéganos, cocadas, pepitorias, jamoncillos, macarrones, borrachitos, camotes y otras variedades del dulce típico mexicano que hacía con sus propias manos. Nos visitaba de vez en vez y siempre era recibido con entusiasmo, porque además de que -literalmente- con él llegaba la alegría (otro dulce típico), y de su mano bien podríamos recibir tanto una trompada como una gloria (otros más), mi mamá nos transmitió el gran cariño que tenía por él, así como el respeto que rayaba en la veneración (nos enseñó a saludarlo con un beso en la mano).

Aparte de un buen humor permanente, el abuelito Martín derramaba bondad. E independencia. No sólo ayudaba a sus hijos caídos en desgracia económica, acogiéndolos en su casa y compartiéndoles el pan y la sal, sino que jamás permitió ser una carga para ellos, siguió trabajando de lo que encontraba rechazando la ayuda económica que le hacían llegar eventualmente. Sin ponerse de acuerdo, tenía una actitud similar a la de la abuelita Lola, que aceptaba los billetes que sus hijas le daban, sólo para enrollarlos y guardarlos en un cajón oculto, y devolvérselos cuando atravesaban por una situación dificil. Durante muchos años se sostuvieron de la venta de los dulces caseros que él hacía en las tardes y salía a vender por las mañanas, teniendo tan buena acogida que era habitual que regresara a media mañana con la canasta vacía, para volver a salir enseguida con una nueva remesa de dulces hacia otro rumbo de la ciudad.

La única vez que pidió ayuda económica fue para rescatar sus terrenos del pueblo de Pozos (Guanajuato), pues tenía que cercarlos para que no los invadieran nuevos vecinos que se aprovechaban de su ausencia. Fue cuando mi papá viajó con él y dispuso para que se rodearan con palos y mallas las tierras, y se levantaran unos cuartos provisionales para que pernoctara ahí un velador, pero hubo malinterpretaciones de esa acción por parte de algunas hermanas de mi mamá, que levantaron un reclamo sospechosista de que mi papá -con fama de abusivo y prepotente... hasta eso medio bien ganada- quería quedarse con las tierras. Ofendido y digno mi papá se hizo a un lado y esos terrenos no fueron bien protegidos ni bien trabajados, y mi abuelo murió un par de años después en esos cuartos, apenas un poco más acondicionados para alojar a alguien. Murió de frialdad, dicen, minada su salud por el trabajo físico y la desatención al querer echar a andar esas tierras, sin recibir ayuda de casi nadie, pues sus hijos estaban muy ocupados con sus vidas citadinas para ir a  perderse en esa tierra de nadie, tan agreste y tan desértica, que fue elegida para representar el pueblo fantasma de Comala, en una de las versiones cinematográficas de Pedro Páramo.

Fotografía de Lee Jeffries
Generalmente son este tipo de conflictos familiares los que terminan provocando la desatención de un anciano: no todos los hijos se involucran en la atención de sus padres envejecidos, no hay acuerdos entre hermanos para cubrir las necesidades de sus padres ancianos, se decide egoistamente sobre sus bienes, la carga económica y emocional suele recaer sólo en uno, al que a veces no se le reconoce su labor (ni los otros hermanos, y a veces ni el anciano mismo), no se tiene la suficiente preparación para lidiar con sus nuevos requerimientos, tanto de atención física como de convivencia. Así como el anciano pierde facultades físicas, también su carácter se va desgastando, y tienen menor tolerancia a la frustración y mayor vulnerabilidad emocional, lo que los vuelve más conflictivos. Se resienten fácil, se impacientan más, malinterpretan acciones y provocan malentendidos... la imagen de una abuela tierna y sonriente no es tan común, lo es más la de un anciano gruñón y malencarado, eternamente inconforme con un mundo que no está preparado para darles el espacio que merecen.

Imagínense, por un momento, en sus (desgastantes) zapatos:

Tu cuerpo se ha deteriorado, aún cuando te hayas esforzado por mantenerte sano, el proceso natural de envejecimiento disminuyó tu fuerza y tono muscular, acumulando grasa y perdiendo líquido, esto se refleja en tu piel, tu postura y tus funciones digestivas; también has perdido o se te han debilitado tus dientes, la dificultad para masticar repercute en los nutrientes que asimilas, a la larga esto también te hace más débil; se han limitado tus actividades, no tienes la suficiente energía para hacer tus ocupaciones anteriores, han disminuido tus capacidades físicas y también las intelectuales, no sólo al caminar eres lento, también te tardas más en entender y no captas toda la información, se te olvidan las cosas; encima estás de malas más seguido, el estrés y la impotencia te acompañan todo el tiempo; la gente te urge para todo: para cruzar la calle, para subir a un transporte, para hacer un trámite engorroso que no alcanzas a comprender en su procedimiento porque no escuchaste bien las instrucciones, no alcanzas a leer las indicaciones y te has cansado de estar formado por tanto tiempo. Incluso sentarte cuando te han cedido el asiento y levantarte cuando llega tu turno o tu destino es demasiado esfuerzo. Te explican con palabras que desconoces como utilizar aparatos que tampoco te son conocidos. La tecnología avanzó más rápido que tu, al igual que las costumbres, que los modales, que la vida misma. Porque es la vida la que te dejó atrás... no supiste cuándo pasaste de dirigir el rumbo y marcar el paso, a quedarte relegado en el camino, incluso, a parecer un estorbo para los demás. Esa es otra de las muchas cosas que no entiendes.

Fotografía de Lee Jeffries

A pesar de convivir con ella todo el tiempo, nada nos prepara para envejecer. El sueño de la eterna juventud se ha vuelto realidad en nuestra mente: no nos imaginamos viejos... ni aún cuando el espejo nos dice que ya lo estamos. Tampoco nos preparamos para atender a un anciano, así sea nuestro propio padre o nuestra propia madre. No prevenimos. No acondicionamos la casa ni abrimos una cuenta extra, y la vejez (nuestra o ajena) nos sorprende en la estrechez y en el segundo piso, con gastos y escaleras que sortear día a día con los bolsillos vacíos y con dolor en las rodillas.

Y quizá nos prepararíamos para sobrellevar mejor la vejez, si aprendiéramos a verla como algo inherente a nuestra propia naturaleza, inevitable pero no trágico, incluso: ventajoso, anhelable. En culturas antiguas el anciano era venerado; la ancianidad se vinculaba con la sabiduría y conocimiento de la vida, así como también se ligaba la seguridad con la experiencia. En esas sociedades que afrontaban riesgos hoy inimaginables, el anciano había sobrevivido a vivencias que le significaban un conocimiento valioso al resto de la comunidad, además de garantizar la conservación y continuidad de las tradiciones a través de su ejemplo y su consejo. Pero la gerontocracia se fue debilitando a medida que el anciano se fue vinculando a lo no productivo, especialmente a lo económicamente no productivo, que parece ser el mayor pecado de esta sociedad materialista.

En esta era del botox, la vejez tambien ha llegado a ser el mayor de todos los miedos.

Fotografía de Lee Jeffries

En culturas orientales todavía se tiene un respeto y un aprecio por la vejez, pero a medida que se van occidentalizando también aparecen los signos de rechazo hacia sus condiciones, la sociedad busca atesorar la juventud como símbolo de productividad y capacidad a plenitud... sin embargo, hay ejemplos de una vejez plena y digna, todos conocemos un caso de vitalidad longeva, de una jovialidad que parece eterna y de una sonrisa (o una mirada) que no envejece pese a estar rodeada de arrugas.

Hace unos días, la noticia de una admirable mujer de 92 años practicando esquí, sorprendió al mundo entero. Es especialmente sorprendente cuando uno reflexiona en lo difícil que ese deporte es para alguien con articulaciones débiles, y que después de nueve décadas esa abuela argentina tenga la resistencia para descender una montaña, soportando su peso en las rodillas, arranca un aplauso mayúsculo.

Y la mente es igual... o incluso mejor. Contradiciendo -sólo en parte- al gran Aristóteles, quien se preguntaba “por qué tenemos más inteligencia al llegar a viejos pero aprendemos más de prisa cuando somos jóvenes” (como también asegura el dicho popular que dice: "Perro viejo no aprende trucos nuevos"), Ayn Rand, escritora rusa, comenzó a interesarse en la filatelia cuando rebasaba los 60 años, puede parecer nada, pero este hobbie requiere de una gran memoria y presteza mental.

Eisenhower, el presidente norteamericano que gobernó en el inicio de la segunda mitad del siglo XX, se adentró en la pintura cuando tenía 58 años, sin tener un conocimiento previo.

La célebre Marie Curie no aprendió a nadar sino hasta que dejó pasar sus primeros 50 años, y lo hizo a instancias de sus hijas, que fueron quienes la enseñaron y practicamente la obligaron a aprender. Y cuando lo hizo, se entrenó para romper los récords de la universidad en que practicaba la natación.

Y el admirado Leon Tolstoi aprendió a andar en bicicleta a los 67 años, un mes después de que murió su pequeño hijo de siete.

Tolstoi y su bicicleta

Hoy es el Día Internacional del Anciano, declarado así para hacer conciencia sobre el abandono que recibe esta parte de la población que acrecenta su número año con año, no sólo en edad, sino también en porcentaje, dentro de 30 años seremos mayoría los que sobrepasemos los 60 años, y estaremos en un mundo que no estará preparado para cubrir nuestras necesidades... a menos que actuemos para revertir esta situación. Así que no dejemos que nuestra voluntad envejezca y preparémonos a no sufrir esa etapa de vida, gocémosla y aprovechémosla, tanto en nosotros como en las personas a quienes debemos la devolución del cuidado y las atenciones que nos brindaron cuando no podíamos valernos por nosotros mismos. Disfrutemos la vejez propia y también la ajena, que bien dice una voz popular: 

"Viejos los vientos... y todavía alzan faldas".

3 ideas en tránsito:

FernandoDavidMaxito dijo...

Te felicito, hay siempre un ingrediente sorpresa en el tour donde eres guía mediante lo que escribes. Yo me "preparé psicológicamente" a los 17 años para cambiarle pañales a mi padre, por eso pude hacerlo a otro. Aún así, ninguno de ellos está ahora conmigo. Hoy me siento en mucho como comentas, un viejo que ha vivido demasiado, que no me interesa conocer de gadgets ni nada parecido y que desea dormir morir y desaparecer para siempre (ya lo hice todo), pero en fin, hayq eu vivir lo mejor as long as possible.

El Signo de La Espada dijo...

wow Malbicho, me dejaste boquiabierrto con este post.Te de dedico un inmenso aplauso a tu post, y me quedo corto.

Es increíble como describes la senectud y contrastas dignos ejemplos de ancianos que no se dejan vencer por las limitaciones de su edad, que yo agregaría otro pequeño ejemplo:

Eduardo el Zanquilargo: él iba a la guerra portando armadura y montando a caballo a los 6o y pico.

Una pequeña insignificancia. Maravilloso tu post, la neta.

malbicho dijo...

Max:
gracias!, por tu lectura y tu comentario, sé que vienes a dejar unas palabras sólo hasta que te has sentido cimbrado por las que encuentras aquí, y me alegra que haya sido con este post, como bien dices, la preparación para atender a un anciano es, sobretodo, psicológica, porque siempre hay quien se ocupe de él en sus necesidades más básicas, pero lo hará por trabajo o por imposición, pero hacerlo con conciencia, y en el mejor de los escenarios posibles, con cariño, será una experiencia enriquecedora que alimentará el espíritu del cuidador y del atendido, formándoles vínculos irrompibles e inolvidables (je... creo que sueno muy cursi, pero afortunadamente es la realidad: poder disfrutar a nuestros ancianos es algo invaluable)

Signo:
hola!!!, qué gusto leerte =D

y más coincidir contigo a tantos niveles en este tema, siempre me has parecido muy cálido y muy humano, y comprobarlo una vez más en temas como este me entusiasma

y qué bueno que me la pasé muchas horas a principio de este siglo jugando age of empires -je-, así puedo ubicar mejor a este personaje que mencionas, no sabía que sus hazañas épicas incluían ganarle batallas a la edad, qué buen ejemplo nos traes, gracias =)

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Ideas en tránsito

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