jueves, 1 de agosto de 2013

El viaje y la poesía



Por Sergio Vicario

Viajar es elevar el espíritu, es −aludiendo a Kundera−, la levedad del ser que ocurre una vez que abandonamos el peso en nuestra memoria de la tierra conocida. (¿Los recuerdos pesan?, ¿es la angustia o la rutina que nos agobia?) 

Ciertamente, si nada lo impide, constantemente nos movemos de un lugar a otro, pues la vida en sí es movimiento, y cada día vamos tejiendo con nuestros pasos acciones que determinan nuestra historia. Es el recuento de lo ocurrido y la noción de dónde provenimos, pero viajar, es otro tiempo aún no escrito, y la pregunta es: ¿hacia dónde vamos? 

Viajar, un movimiento mayor: ir de un espacio conocido a otro, tal vez diferente: el cielo parecerá de otro azul; otro el aire, las personas y las cosas; uno mismo, imperceptiblemente, ya es otro. Las situaciones que ahora nos suceden y el tiempo que pasa, también son diferentes y confrontan o niegan a nuestra anterior estancia. 

Viajar, abrir una puerta: trasladarse es la acción de cruzar esa puerta: ¿quién nos recibe? La vida en su magnificencia: los colores, el clima, las casas y la condición de las personas. 

Al sentir esa levedad que provoca el viaje, la vida rutinaria, monótona se va desdibujando y los sentidos se alertan o zozobran en un sopor placentero, es la relajación y la espera en movimiento; cruzamos entonces las rutas de una geografía vista y desconocida, reconocemos el horizonte, la tierra, los árboles y las montañas; viajar es un reconocimiento de esa existencia. 

Renombramos al descubrir las cosas en el tránsito de un lugar a otro, y son las mismas cosas antes vistas que ahora se tornan diferentes, ¿qué las hace así? Una percepción dotada de libertad; las emociones se alertan; un juego que auspicia los sentidos: la vista, el olfato, la percepción de la temperatura. Nuestro cuerpo y nuestros sentidos rememoran una sutil canción de abandono y desprendimiento. Viajar es volver al encuentro con lo desconocido y con uno mismo, en ocasiones, el gran ausente. 

Viajar es, para bien, un encuentro con la poesía, aún sin concebirlo así, porque la poesía altera la vida conocida, como el viaje; esta alteración nos predispone a replantear lo antes dicho. Es un soplo en las ideas, una mirada que escudriña y el pensamiento desatado que registra y distingue. 

La poesía dota de placer, inteligente placer, el pensamiento, al igual que un viaje nos enriquece de experiencias novedosas. 

La poesía, se ha dicho, es una forma de nombrar lo innombrable, sustitución de los conceptos. El viaje y la poesía nutren y alientan el espíritu, el carácter; esa es una posibilidad; hay quienes viajan y no descubren sino el silencio más uniforme, cuando las cosas no palpitan o no vemos su palpitar. ¿Cómo demostrarlo si los recuerdos son similares y semejantes las emociones de cada quien? ¿Cómo reconocer que la poesía sucedió? Experiencia personal, el viaje, la poesía son el íntimo secreto de quien narra, escribe, describe, y es su voz la que demuestra la ocasión.

Este texto es de la autoría de Sergio Vicario, poeta y ensayista, además de Gestor Cultural comprometido con la difusión de la cultura y el arte en la Ciudad de México. Me constan sus esfuerzos porque le he colaborado en varios de ellos, habiendo comprobado la solidez y honestidad de su compromiso. Me honra que me compartió este ensayo de manera personal, y un poco abusando de su generosidad me lo traigo acá sin pedirle permiso, sólo dando aviso y confiando en que no se negará a que permanezca. Fue Vicario quien me inició en la creación literaria, ya con la disciplina y la técnica necesarias para abordarla con seriedad. En referencia a la cita de Jack Kerouac con que se ilustró esta entrada, Vicario sería una de esas personas que le interesarían al escritor beat. Es uno de esos que Arden.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...